EL CUADRO DEL MES
DONACIÓN RAFAEL TOUS
24 / octubre / 1997

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24 / octubre / 1997
14 / diciembre / 1997

Comisariado:

Hoja de sala

Los secretos que merece la pena guardar, deberían siempre mantenerse en cajas. Y deberían luego cerrarse y lacrarse esas cajas para suspender, junto con el secreto mismo, el momento en el cual el acontecimiento tuvo lugar.

Habría que guardar los secretos en cajas, casi como un ritual, porque a menudo las cosas esenciales deben mantenerse apartadas de la vista. Es preciso encontrar un espacio del deseo, de la imaginación, donde organizar y ordenar los objetos más queridos, más importantes en la propia vida: un espacio donde puedan coincidir para siempre y que redefinirán por su sola presencia, ese lugar en el cual serán a su vez redefinidos.

Pero el acto de guardar las cosas en cajas, un modo clásico de detener el tiempo, de mantener sobre todo intacto el tiempo privado, no es, ni mucho menos, el acto de un coleccionista –o no sólo-, como no es tampoco una maniobra irónica, la del maletín de Duchamp, en la cual, por miniaturizado, por insignificante, todo está a mano, permitiendo que momentos diferentes se detengan juntos.

Guardar los objetos –encajarlos en un espacio dado, elegido- es, esencialmente, un acto de amor, pues la mirada se fija por un instante en una cosa, tantas veces humilde, y la salva de la indiferencia, la preserva. Si el tiempo no se puede parar, si el recuerdo está condenado al olvido, allí, en la caja, todo está a salvo para siempre, como un secreto bien guardado. ¿Qué son las tumbas faraónicas sino una majestuosa caja en la cual la vida se reproduce como fue para la eternidad? Esas tumbas custodiadas por una esfinge, la más escrupulosa guardiana de secretos, prosiguen su paso por la historia con la esperanza de no ser abiertas nunca, anhelando que nada perturbe el recuerdo inviolable por suspendido.

Aunque la naturaleza del secreto es siempre paradójica: un secreto que dos conocen, ya se sabe, ha dejado de serlo. “No se lo digas a nadie”, se comenta. Y al tiempo que se pide silencio se está desvelando lo que debería callarse.

Por eso, cuando en 1977 los amigos de Vostell, por invitación y coordinación de Rafael Tous, deciden contarle sus secretos, los secretos más íntimos a veces -a través de cartas, objetos con significaciones sólo privadas, fragmentos de su historia, artefactos desechados…-, ponen al descubierto la paradoja misma destapando las cajas, mostrando públicamente las cosas con veneración particular como si de un altar profano se tratara, exvotos como ofrenda de la amistad, quién sabe.

Y el milagro, el que siempre opera el arte, es que esas cosas particulares, esos trozos de vida, son acariciados por la mirada de un espectador que acaba por verlos como parte de su biografía. Acaba por incorporar a su imaginario los contenidos de esas cajas sin tapa, abiertas, que le permiten asomarse al mundo privado –secreto- de Vostell y sus amigos quienes, por magia del arte, le han hecho partícipe de tantos maravillosos secretos.

Estrella de Diego

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